Intérpretes Culturales del Siglo XIX «Los Primeros Guías Turísticos»

Intérpretes Culturales del Siglo XIX

«Los Primeros Guías Turísticos»

 

La interpretación del patrimonio que hoy en día se define como “el arte de revelar in situ el
significado del legado natural, cultural o histórico al público que visita estos lugares en su tiempo
de ocio”. Se trata de un concepto que ha ido evolucionando desde la edad antigua y tiene su
origen en las primeras actividades económicas del ser humano: cazadores, pescadores, comerciantes y artesanos del medio oriente y Asia (Weaver, citado por Timothy y Boyd, 2003).

La interpretación se realizaba por profesionales de varios sectores que utilizaban el don de la palabra para indicar, explicar y prestar un servicio a sus clientes, consiguiendo de manera oral una descripción detallada del objeto o para indicar lugares y rutas comerciales que utilizaban para el intercambio de productos con comerciantes de distinta nacionalidad. La mayoría de estas personas conocían más de una lengua (elemento esencial para viajar), sabían orientarse en las regiones que visitaban y constituían una especie de puente entre la sociedad, los territorios y diversas culturas. Su manera de actuar era a través de una “interpretación por exploración”: descubriendo nuevas sociedades, territorios, paisajes y relaciones mercantiles, se crea una base interpretativa que se explica a otras personas, para que comprendan el nuevo territorio y la nueva cultura (Timothy y Boyd, 2003). Es sin duda el origen de la interpretación cultural, de los lugares, de los territorios y de los elementos patrimoniales materiales e inmateriales.

Los intérpretes culturales a lo largo de los siglos han ido adquiriendo más habilidades, no solo indicar o guiar a personas, también son capaces de crear un ambiente teatralizado, como un juglar que recita historias o leyendas del patrimonio local en una plaza, construyendo una experiencia única con los receptores como si de una lección se tratase, donde los maestros deben empatizar y al mismo tiempo formar a sus alumnos. Eso sí, los intérpretes culturales parten desde una visión mercantil y no tan pedagógica como sucede en las horas lectivas de la formación formal tradicional. De esta manera, se convierten en unos verdaderos profesores de la calle (Holloway 1981; Cohen 1985).

Muchos de los viajes realizados en la edad moderna estaban acompañados por un intérprete
cultural (una profesión remunerada, entendida como una actividad económica). En Reino unido
se contrataban los servicios del llamado Bear leader, quien hacía el papel del guía acompañante
y de “profesor de la calle” en los viajes efectuados durante el Grand Tour, guiando a jóvenes de las
clases medias-altas europeas en los siglos XVII y XVIII. Por otro lado, un siglo más tarde, desde
el romanticismo hasta la segunda mitad del siglo XIX, un variado grupo de personajes locales de
diversas clases resultan activos como intérpretes culturales, contratados in situ y por días, de esta
manera nace el papel del guía local como profesión liberal. Eran visitas guiadas, más personales y
realizadas con una mayor libertad (no eran fijadas como un paquete turístico cerrado): los viajeros
optaban por contratar los servicios de una persona local que le ayudase en su visita a una región
o a un bien cultural.

Los viajes se realizaban sobre todo hacia los destinos más importantes de la época: Grecia e
Italia, consideradas las metas de la cultura clásica; España, por su imagen romántica y exótica,
proveniente de las artes plásticas y de la literatura; Turquía y Egipto, gracias a las aperturas de
las inversiones extranjeras en ambos países. Todos estos destinos poseen una fuerte consolidación
de viejas imágenes del mundo clásico y de oriente, que desde siglos se habían difundido en el ima‑
ginario colectivo europeo y habían calado hondo en los viajeros del siglo XIX. Estos acompañantes
turísticos eran contactados en las ciudades de destino y ayudaban a los viajeros a enriquecer sus
conocimientos de los territorios visitados. Dentro de este grupo de intérpretes culturales encontramos un variopinto número de “guías locales” que prestaban sus servicios a los turistas. Como afirma la profesora Anna Naddeo (2007: 193) era la manera más habitual de proceder de los turistas del siglo XVIII para ver las ruinas de una ciudad como Roma, a través de la compañía de un cicerone.

Asimismo, como sostiene Scraton y Davidson (2007), los primeros viajeros que contrataban los
servicios de un cicerone o de un intérprete cultural, como podía ser un valet-de-place o servitore di piazza,anticuarios y dragomanes eran lectores de las primeras guías de viaje modernas (Baedeker o Murray). Tales guías impresas daban no solo información útil para los viajeros con datos y recomendaciones a tener en cuenta para el viaje, entre ellas, señalaban la manera de cómo contratar a uno de estos intérpretes culturales para realizar un viaje más completo.

Todas las figuras de intérpretes culturales recogidas anteriormente: cicerones, bear leaders,
servitori di piazza, valets de place, anticuarios y dragomanes forman parte de las diferentes clases
profesionales desconocidas y encargadas de guiar a los viajeros hacia el patrimonio cultural, histórico y natural de sus zonas. Algunos de ellos eran personas con poca formación, pero con un gran cono‑ cimiento del terreno, otras en cambio eran estudiosos e intelectuales con un conocimiento profundo del patrimonio material e inmaterial de su zona. Todo lo que tenían en común era su vocación a la “orientación cultural”, guiar a los turistas hacia el descubrimiento de patrimonio ambiental y cultural.
En el siglo XIX se convirtieron en figuras indispensables para los viajeros al tratarse de personas
fundamentales por su conocimiento del lugar y porque eran además los mediadores con los países de destino. Por este motivo, el intérprete cultural conocía varios idiomas y proporciona al turista una información esencial para su viaje. Durante tantos siglos de ardua labor como guías de personas, tan valioso para las relaciones culturales entre países, los intérpretes culturales del siglo XIX no han obtenido un reconocimiento justo. Tras la regulación de la profesión y la obligatoria formación académica, han ido perdiendo su huella en la historia del turismo, hasta el punto de olvidarnos del legado que nos han dejado.

fuente: https://ojsull.webs.ull.es/index.php/Revista/article/download/1360/1481/10318

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